domingo, 14 de octubre de 2012

Lo que los estudiantes de Harvard no preguntaron a Cristina



PASÓ UNA SEMANA DE LA CHARLA DE PRESIDENTA CON ALUMNOS
Lo que los estudiantes de Harvard no preguntaron a Cristina

La promocionada discusión de la presidenta argentina con los alumnos
de Harvard ya no está en el interés de los medios. Vale la pena volver
sobre ese tema, desde otro ángulo al de Clarín y La Nación.
EMILIO MARÍN

Es notable la velocidad con que discurre la política. Desde la
incursión de Cristina Fernández de Kirchner por la Universidad de
Harvard, el 27 de setiembre, ha transcurrido poco más de una semana. A
raíz de la polémica suscitada y las respuestas, no siempre felices de
la invitada, los medios monopólicos hicieron correr ríos de tinta y
gastaron horas de radio y TV.
El inefable Jorge Lanata estuvo en Harvard, con “Periodismo para
Todos” y, casualidad o no, también –en cuarta fila- tomaba apuntes
Beatriz Sarlo.

El interés era denostar a la jefa de Estado, por la batalla planteada
entre intereses empresariales monopólicos y algunas políticas
gubernamentales que les ponen límites. Verbigracia, la ley de medios.
CFK pareció perder la calma ante la requisitoria de esos alumnos que
refritaban los peores clisés de Lanata, Sarlo, Ricardo Kirschbaum,
Joaquín Morales Solá, Mariano Grondona, Luis Majul y otros. Esa
incomodidad presidencial explica el interés de esos medios por
amplificar lo sucedido.
Pero a nueve días, esos sectores ya perdieron el interés por explotar
la veta de Harvard. Ya tienen otra que promete más jugo político: el
motín de prefectos y gendarmes, presentados como sufridos
“proletarios” del siglo XXI, superexplotados por la voraz “burguesía”
kirchnerista. Después vendrá otro, siempre con el horizonte del 7 de
diciembre, cuando se juegue el gran partido por la vigencia
irrestricta de la ley de medios.
Los muchachos de Harvard preguntaron sobre el patrimonio de la
mandataria, la inflación, la posibilidad de re-reelección, el llamado
cepo cambiario, la relación con el presidente venezolano Hugo Chávez,
la inexistencia de conferencias de prensa y otros tópicos de menor
cuantía.
Tales interrogantes son tendenciosos y bastante elementales, propios
de un colegio secundario en sus primeros años. Alumnos de la
universidad estadounidense reputada como de primerísimo nivel
internacional y quizás la más cara de ese país, podían tener preguntas
de más calado.
Quizás entre los 2.800 alumnos que se anotaron para el evento había
muchos que habían cavilado sobre temas de interés curricular o más
general. Y puede que el cronista sea injusto al citar sólo a quienes
preguntaron pues podría haber allí otros estudiantes norteamericanos y
de otros países con simpatías por las teorías neokeynesianas de Joseph
Stigliz y Paul Krugman. Si los había, en los hechos fueron pasados
“por arriba” por otros que tenían tan poca cultura académica como los
punteros de Mauricio Macri.

Aprendan de Krugman
En la misma semana que la mandataria ocupaba tribunas en Nueva York,
Washington y Cambridge, sucedían hechos económicos y políticos de
importancia a nivel mundial. Hubo paros y manifestaciones callejeras
en rechazo a los ajustes preconizados por el FMI en España y Grecia,
con represión y numerosos heridos. La oradora lo mencionó críticamente
ante la 67º Asamblea General de la ONU. ¿A ningún estudiante de
Harvard le importó retomar ese tópico decisivo para la situación
mundial, que se supone debería ser parte de su formación profesional?
En ese sentido, a la vez que confrontaban con la visitante, estaban
rompiendo amarras con algunos de los planteos de Paul Krugman,  Nobel
2008. Tres días después de la conferencia en Cristina, Krugman
escribía en El País de Madrid una columna titulada “La locura de la
austeridad europea”. Allí opinaba: “Un informe del FMI defiende que
los recortes del gasto en  plena recesión reducen la confianza de los
inversores  ¿Por qué, entonces, se exige todavía más sufrimiento? Una
parte de la explicación se encuentra en el hecho de que en Europa, al
igual que en Estados Unidos, hay demasiadas personas muy serias que
han sido captadas por la secta de la austeridad, por la creencia de
que los déficits presupuestarios, no el paro (desempleo) a gran
escala, son el peligro claro y presente, y que la reducción del
déficit resolverá de algún modo un problema provocado por los excesos
del sector privado”.
¿Por qué los alumnos de la cara universidad no sintonizaron la onda
del Nobel en su embestida contra el FMI, que con matices es una
crítica compartida por la jefa de Estado argentina? Por el tenor de
sus preguntas, la figura que cuestionaban era ésta y no el Fondo.
Los alumnos estaban muy preocupados por el INDEC y la inflación. Y no
es asunto para tomarlo a la ligera; al cronista no le conformó la
explicación presidencial de que si el aumento de precios fuera del 25
por ciento “el país estallaría por los aires”. Pareció un enfoque
negacionista, pero hay que poner la inflación en su verdadera
importancia, sin subestimarla ni ubicarla como el mal mayor de la
economía argentina y mundial. Y esto último estaba implícito en las
preguntas de Harvard.
Los alumnos deberían haber leído a Krugman antes de hacer papelones.
Ese autor, en columna publicada por The New York Times el 29 de junio
de 2010, (“El mundo, ante la tercera depresión”), sostuvo: “Me temo
que ahora nos encontramos en las primeras etapas de una tercera
depresión. Probablemente sea más semejante a la Larga Depresión que a
la mucho más grave Gran Depresión. Pero el costo para la economía
mundial y, sobre todo, para los millones de vidas azotadas por la
falta de empleo será enorme. Los gobiernos se obsesionan con la
inflación cuando la verdadera amenaza es la deflación, y predican la
necesidad de ajustarse el cinturón cuando el verdadero problema es el
gasto inadecuado. ¿Y quién pagará el precio de este triunfo de la
ortodoxia? La respuesta es: decenas de millones de trabajadores
desocupados, mucho de los cuales seguirán sin empleo durante años, y
algunos de los cuales nunca más volverán a trabajar”.
Esos chicos, como los gobiernos fondomonetaristas, también “se
obsesionan con la inflación”, cuando las verdaderas amenazas son
otras. Entre los desocupados crónicos puede haber incluso alumnos de
Harvard, pues muchos profesionales nutren el movimiento de protesta
“Ocupa Wall Street”.

¿Tampoco creen al otro Nobel?
En la gira de la presidenta hubo gestos suyos y del gerente designado
al frente de YPF, Miguel Galuccio, que podrían haber sido cuestionados
por el alumnado de Harvard. Por caso, que Cristina hubiera recibido en
Nueva York a Geoge Soros, del fondo Quantum, y posteriormente al
presidente de la petrolera Exxon, Rex Tillerson. Bien podrían haber
preguntado por la razón de esas entrevistas, toda vez que la visitante
ha cuestionado muchas veces al capitalismo de casino, especulativo, y
Soros es una expresión cruda del mismo. También podrían haber marcado
la contradicción entre nacionalizar YPF y recibir a Tillerson para
procurar acuerdos.
Pero no hubo reproches sobre esas entrevistas. Y la razón salta a la
vista: esos alumnos están de acuerdo en las inversiones y negocios con
esas multinacionales. Por eso callaron sobre este asunto. Puede que
las autoridades de esa casa de estudios, específicamente de la School
of Politics, David P. Elwood, precisamente por esa coincidencia de
fondo, hayan extendido la invitación a la mandataria argentina.
Los estudiantes de Harvard, en medio de semejante crisis mundial,
tendrían que haber estado más interesados en conocer detalles el caso
argentino. Es que en medio de ese marasmo, el país creció al 7 por
ciento o más, en paralelo al desplome del Lehman Brothers y la
recesión del mundo desarrollado. Su propia currícula demandaba más
conocimiento del tema. ¿Cómo creció Argentina en medio de la crisis?
Silencio de radio. Hostilidad a la autoridad política de ese modelo
relativamente exitoso.
Si les molestaba la medida de ese éxito en palabras de la
protagonista, podían haberse tomado la molestia de leer algunos
artículos de otro Nobel, 2001, Josep Stigliz. El 28 de agosto de 2011
le declaró a Página/12: “El foco excesivo de los bancos centrales en
controlar la inflación es un error, pero también es un error ignorar
el fenómeno. La estabilidad financiera, el crecimiento y el empleo
también tienen que formar parte de sus objetivos. La baja inflación no
asegura el crecimiento sostenido”.
Otro ejemplo, el 13 de agosto pasado estuvo en Buenos Aires y sostuvo:
”Argentina demostró que no fue fácil pero que es posible responder a
la crisis, haciendo posible seguir adelante. Ha tenido un alto
crecimiento durante muchos años, lo cual demuestra que el análisis es
correcto”.
Al día siguiente, en conferencia en Ciencias Económicas, Stiglitz dijo
que Argentina “enfrentó dos problemas difíciles: la reestructuración
de la deuda y el ajuste del tipo de cambio, y creo que es un logro que
lo hayan manejado de la forma en que lo hicieron, fue un éxito total”.
Traducido, elogió “el ajuste del tipo de cambio”, pero la alumnada de
Harvard reprochó “el cepo cambiario”. Tendrían que escuchar un poco al
Nobel, pues se formó en el Amherst College e hizo el postsgrado en
Economía en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets), el Estado
donde está Harvard. El tipo algo sabe de economía capitalista, más que
el ex profe Domingo Cavallo.
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Sergio Ortiz
face: Sergio Ortiz
twitter: sergioortizpl

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